Aún es posible encontrar venta de sal en los mercados del Sahel y las ciudades del Sáhara como Gao, Tombuctú, Agadez o Kalait. Y en nuestras expediciones por el norte de Chad en invierno no es raro que nos encontremos con caravanas de sal. Un modo de transporte tradicional que no se rinde en pleno siglo XXI. Hoy te hablamos de su historia y nuestra experiencia.
La sal del Sáhara: fuente de vida
Los hombres y los rebaños del sur del gran desierto consumen sal en grandes cantidades. Sin la sal, igual que sin el agua, los seres vivos de gran tamaño no pueden vivir. Es imposible estar hidratado sin sales minerales corriendo por nuestras venas, y también es imposible conservar la carne y el pescado en el clima tórrido del Sáhara y el Sahel.
Recordemos además que la expresión “salario” (sueldo) viene de la época de los romanos, cuando se pagaba con sal a los trabajadores.
La sal del Sahara no es la que acostumbramos a ver en nuestras tiendas. En el Sáhara se compacta y adopta la forma de grandes panes, a veces en forma de cono (kantus), otras en forma de bloques redondos o cuadrados.
Su color tampoco es el esperado. La sal de color ocre está mezclada con tierra y se destina a los animales. La de color blanco suele ser para el consumo humano.
A nuestros ojos, si nadie te avisa de este detalle, pasará algo desapercibida en los mercados, pero esta es la manera tradicional de prepararla para que viaje en las alforjas de los camellos sin riesgo de que se derrame por el camino.
En Chad hemos visto una versión mucho más primitiva. Allí las rocas de sal no presentan ninguna forma. Sólo son rocas rotas de manera aleatoria, aunque nunca molidas.
Los camelleros del Sahara dicen que su sal es mucho mejor que la del mar porque tiene todas las propiedades que se necesitan para dar vida. Según ellos, los animales que comen poca sal sufren pérdida de visión y debilitamiento en general. En realidad, es que está yodada en un 90%, mientras que la del mar requiere de un proceso posterior.
¿De dónde procede esta sal? Por todo el territorio del Sáhara y el Sahel hay salinas. Se trata de depresiones de terreno salobre que se inundan ocasionalmente. Son restos del antiguo lecho marino del que también quedan fósiles por toda la geografía sahariana. Este es el oro natural que sirve a los pocos seres humanos que habitan el desierto desde tiempos inmemoriales.
Entre los puntos de origen de la sal más famosos podemos mencionar Taudenni en Malí, Amadror en Argelia, el Lago Chad, Faya o la región de Mourdi en Chad, Idjil en Mauritania y Bilma en Níger.
Las salinas de estos lugares son bien conocidas desde hace muchos siglos y aún continúan en activo. Por ejemplo, se dice que en el oasis de Bilma aproximadamente la mitad de sus habitantes se dedica a la extracción de sal. Son muchos los que deciden no emigrar, porque no se lo pueden permitir o porque quieren seguir con la tradición. Se dedican a un trabajo que cada vez tiene menos mercado, pero resisten.
La historia de las caravanas de sal
Ibn Battuta, el famoso viajero de la Edad Media, habló de las caravanas de sal. Estas ya existían mucho antes de que los cronistas árabes como Battuta nos hablaran de ellas, pero los primeros registros escritos y por tanto históricos que datan de esta tradición comercial provienen del siglo XIV. Gracias a ellos se cree que su época dorada empezó en el siglo IX.
👉 Te recomendamos este artículo de la web Al Andalus y la Historia donde se profundiza en la historia de las rutas caravaneras del Sahara y el Sahel.
En el oasis de Bilma, uno de esos lugares con los que soñamos en Kumakonda, los salineros se sumergen descalzos en las piscinas o pozos de poca profundidad donde flotan los cristales de sal. Bajo un sol inclemente, con temperaturas que fácilmente superan los 40ºC, excavan para llenar los moldes donde se prensa el oro blanco.
En las salinas de Chad, son las mujeres las que se encargan de extraer las rocas de sal del terreno.
Cuando llegan los caravaneros, todo tiene que estar a punto. Es el tiempo de cargar a los dromedarios y preparar la partida para atravesar centenares de kilómetros de desierto hasta llegar a los principales mercados. Su precio, por supuesto, crece con cada kilómetro recorrido. No en vano los camelleros se juegan la vida y la de sus animales.
Hay que recorrer unos 800 km entre Tombuctú y Taudenni, y unos 600 km entre el árbol del Ténére y Bilma. En ese árbol (el original fue derribado por un camión y ahora hay una escultura metálica que sirve de hito) está el último pozo antes de cruzar la gran llanura.
La supervivencia depende de la capacidad de identificar los detalles del paisaje que sirvan para mantener la dirección a seguir. Y de la capacidad de racionar agua y alimentos. Una enorme responsabilidad que recae en los guías, personas bien entrenadas para leer el desierto y, al menos antaño, muy bien pagadas.
En la década de 1950 las caravanas de sal tenían unas proporciones gigantescas. Dicen que la caravana de Bilma contaba con 28.000 camellos que cargaban 2.350 toneladas de sal y casi 500 toneladas de dátiles en 1953, y que la de Taoudenni estaba formada por 40.000 camellos que transportaban 160.000 barras de sal en 1958.
Pero en el pasado las caravanas de sal no sólo transportaban este alimento indispensable. En realidad, esta fue la solución adaptada al desierto, y con ellas también iban otros bienes: cereales, carne seca, telas, té, azúcar, oro, libros, e incluso personas que necesitaban hacer esos recorridos gozando de cierta protección ante los bandidos del camino. Por no hablar de los esclavos.
Parémonos un momento en los libros. Con las caravanas viajaban estudiosos y libros que recogían el saber del mundo. Las fantásticas bibliotecas de Tombuctú y de Chingetti, por ejemplo, se formaron y nutrieron gracias a las caravanas. Hasta allí llegaron tratados medievales de astronomía, medicina, filosofía y muchas otras materias además de, por supuesto, “la palabra de Dios”, el Corán.
Las enormes bibliotecas custodiadas por los descendientes de aquellos comerciantes han sobrevivido a todo tipo de ataques, incluso a los de los yihadistas, aunque por supuesto siempre ha habido pérdidas irreparables. Otro ejemplo de resistencia en el Sáhara.
¿Cuándo y por qué comenzó el declive de las caravanas de sal?
En los años 1972-1974 y 1983-1984 hubo grandes sequías que impidieron salir a las caravanas. No tenían suficiente forraje para asegurar la supervivencia de animales y hombres, así que hubiera sido un suicidio cruzar el desierto en esas condiciones.
No obstante, como había que salvar las economías familiares de los salineros y satisfacer la demanda de sal en sus destinos, se recurrió a los camiones.
Fue el principio del fin. Las caravanas de camellos siguen existiendo en determinadas rutas, pero su número y frecuencia ha caído en picado. Es difícil competir con los vehículos que son capaces de hacer la misma ruta en pocos días en vez de semanas. Sin embargo, las caravanas tienen unos costes y por tanto capacidad de negociación de precios mucho más flexibles que las empresas y administraciones.
Hoy en día, los camiones y las caravanas de sal tradicionales se enfrentan a los bandidos que les roban sus teléfonos móviles y dinero. También se enfrentan a las tormentas de arena y a las averías de motor en el caso de los primeros, así que no es extraño encontrar algún que otro camión cargado de bloques de sal abandonado en la arena.
Las caravanas de sal de Chad
Como decíamos al principio, en nuestras expediciones de invierno solemos encontrarnos con caravanas de sal en el camino. Es más, en la expedición de diciembre 2023 llegamos a cruzarnos con al menos 30 caravanas, algo realmente increíble.
Esta actividad sólo se puede ver en otoño e invierno y, según nuestra experiencia, sólo en los meses de diciembre y enero, cuando las temperaturas son mucho más suaves y aún no han comenzado las tormentas de harmatán que se suceden a partir de febrero.
Como decíamos, los tiempos han cambiado y en el siglo XXI la mayoría de las caravanas de sal transportan este producto para el consumo de su propio ganado. Las rutas comerciales ya no son lo que eran.
En Chad hay salares repartidos por casi toda su geografía. Desde el Lago Chad hasta la Depresión de Mourdi, la región de los Lagos de Ounianga y por la provincia de Borkou. En total hay cuatro o cinco rutas que recorren pastores gorane, zahawha y árabes, la población dominante de estas regiones.
Puede que un rasgo distintivo de Chad frente a otros países sea que son las mujeres las que suelen trabajar a cambio de un mísero sueldo: 5.000 CFAs, unos 7,5€. Pero si la sal es recogida por los camelleros, estos no tienen que pagar nada y ellas tampoco lo ganan.
El tráfico de caravanas se organiza, hoy en día, mayoritariamente por familias. Es decir, cada familia monta su propia caravana y se encamina, una vez al año, a uno de los salares. Sin ello no podría sobrevivir su ganado, y la opción de acudir a los mercados a comprar la sal está descartada. Su precio es realmente alto.
Pero podemos hablar de dos grandes grupos étnicos en activo: los Gorane y los Zaghawa.
- Gorane es una palabra tubu que designa a su vez a distintos grupos entre los que se incluye a los Anakassa, Daza o Kreda.
- Los Zaghawa provienen de Bao y Anjarás, en la frontera con Sudán, de donde es originario el actual Presidente de Chad (2023).
También nos hemos encontrado con otra modalidad: algunas caravanas de sal se organizan de forma cooperativa entre los habitantes de un pueblo. En estos casos el viaje también es anual, reuniéndose los varones con sus camellos para realizar la expedición que durará varias semanas.
Decíamos que la mayoría de caravanas de sal se organizan para su propio consumo, pero recientemente hemos descubierto que algunas caravanas de sal aún realizan el viaje para comerciar con este producto en los mercados de Kalait e incluso Abéché, a muchos kilómetros de las salinas. En dichos casos se quedan con una parte del producto (entre el 20% y el 50%) y el resto lo cambian por mijo y otros productos que van a necesitar para pasar el año. Un comercio basado en el trueque.
El día a día de una caravana de sal
Los camelleros suelen ponerse en marcha muy temprano. Durante la mañana caminan con sus animales durante cuatro horas. Después paran a rezar, comer y descansar. Continúan por la tarde otras cuatro horas, hasta el anochecer. Las paradas se hacen en los puntos de agua que tienen localizados y que suelen repetir año tras año en un viaje que puede durar más de un mes.
La alimentación de estas gentes se basa en la bola de mijo que mezclan con okra y tomate secos. Una dieta que se complementa con dátiles, té, y una papilla de maíz para el desayuno.
Por las noches el grupo se reúne en torno al fuego y cuentan historias o incluso escuchan música si llevan algún instrumento.
Los dromedarios de las caravanas de sal son distintos a los “mehari”, los que usaban los señores para cabalgar y guerrear.
Estos animales están acostumbrados a caminar enormes distancias en la disposición en procesión que todos asociamos con la imagen de una caravana. A menudo llevan bozal para que no se coman las esteras o las cuerdas de hoja de palma que lleva el camello que va delante de él. Siempre machos porque son más resistentes, cargan en torno a 80-100 kg en cada alforja, es decir, unos 160-200 kg en total.
Las alforjas tradicionales son de cuero y están decoradas con dibujos y remaches de metal, si bien esta costumbre se está perdiendo a favor del plástico y otros materiales modernos. Además, aún es posible ver que los camelleros utilizan gri-gris para proteger a sus animales de los djinn o genios.
Detalles que se van perdiendo en el tiempo y con las nuevas generaciones, aunque siempre hay algún romántico que prefiere salvaguardarlos.
En cuanto a proporciones, ya no estamos ante las caravanas de centenares o miles de camellos de antaño, si bien no dejan de ser impresionantes. Una de las últimas que hemos registrado se componía de 50 camellos y 8 personas.
La imagen de los camellos marchando en procesión es tan atractiva que nunca renunciamos a parar y hacer fotos después de saludar a los camelleros.
Son gente hospitalaria, como Abdala, que lideraba una caravana con la que nos cruzamos en octubre de 2020. Nos recibió con una enorme sonrisa y nos llenó las manos y bolsillos con dátiles, además de ofrecernos un té. Nunca le olvidaremos.
Cabe preguntarse hasta cuándo nos seguiremos encontrando con las caravanas de sal en el Sáhara, pero mientras existan, mientras resistan, brindaremos por ello.